sábado, 13 de junio de 2020

Día del Escritor en Argentina: la historia detrás del suicidio de Leopoldo Lugones

Un amor tan intenso como prohibido, y una decisión a la que fue empujado por su propia familia, emergen entre los motivos de la drástica decisión del autor de La guerra gaucha.
Leopoldo Antonio Lugones dedicó parte de su vida a ponerles belleza a las palabras y su muerte, una drástica decisión frente al drama de amar y no poder expresarlo, tuvo un correlato con esa búsqueda poética: perpetró su suicidio con una ingestión de cianuro, veneno que ataca a los órganos que mayor irrigación sanguínea tienen, el cerebro y el corazón.

La historia detrás de la tragedia escondía que el poeta no podía pensar ni sentir por estar clandestinamente enamorado y socialmente perseguido frente a la pasión por una mujer a la que ya no podía acceder. Y por eso el 18 de febrero de 1938, a los 64 años, entendió que ya no había razones para seguir vivo.

Lugones nació el 13 de junio de 1874 y de allí que ese día quedó institucionalizado como el Día del Escritor en Argentina. Porque este cordobés de Villa María exploró no sólo los intrincados caminos de la poesía, sino que desplegó su talento literario en otros géneros y se lo presenta como cuentista, ensayista, novelista, dramaturgo y hasta periodista.

De hecho, su primer libro en prosa fue La guerra gaucha, una recopilación de cuentos ambientados en la época de la Independencia y con la provincia de Salta como escenario, y que fue llevado al cine en 1941 con una película protagonizada por Enrique Muiño y Amelia Bence, dirigida por Lucas Demare y con Homero Manzi como uno de sus guionistas.

La película, considerada una de las primeras grandes obras del cine nacional, se estrenó el 20 de noviembre de 1942. Del suicidio de Lugones habían transcurrido 1736 días, aunque la estela de su decisión y las razones que la motivaron seguían presentes en una sociedad conmovida tanto por semejante pérdida cuanto por lo furtivo del secreto que entendió el escritor que ya no podía seguir guardando.

Dominante frente al complejo ejercicio de poner en las justas palabras lo que muchas veces se piensa y siente, Lugones se vio impotente frente a la encerrona que el destino le preparó con tan solo 22 letras: Emilia Santiago Cadelago era su nombre. El gran amor de su vida, aunque no el primero.

En 1896 se casó con Juana González en Córdoba. Lugones estaba deslumbrado con quien era su esposa, compañera y amante, a la que le dedicaba sus obras y con quien se mostraba en público cada vez que un evento social lo requería. Ese matrimonio dio a luz un solo hijo, Leopoldo, al que se lo conocía como Polo.

Leopoldo y Juana llevaban tres décadas de matrimonio cuando, en 1926, Lugones recibió a Emilia Santiago Cadelago en su oficina de la Biblioteca Nacional de Maestros, la que presidió desde 1915 hasta su muerte. Le dijo que necesitaba un ejemplar de Lunario sentimental, su tercer libro de poemas, publicado en 1909, por entonces agotado. Ese encuentro fue la chispa que encendió un romance tan intenso como clandestino.

El testimonio de lo que vivieron Leopoldo y Emilia quedó reflejado en las cartas que la joven le entregó años más tarde a su amiga María Inés Cárdenas de Monner Sanz, quien las publicó en su libro Cuando Lugones conoció el amor: cartas y poemas inéditos a su amada. En efecto, esos manuscritos atesoraban la forma en que el escritor se reinventó como un hombre enamorado, tal como antes lo había estado de su esposa.

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