“Dos años en la vida de Charly García pueden ser diez de los de cualquier mortal. O incluso más. Su proyecto de La Máquina de Hacer Pájaros duró solamente entre 1976 y 1977, produjo dos discos, y se evaporó. Su popularidad fue efímera, pero su influencia -esa música sofisticada, vigorosa- rompió el corset del rock progresivo y le ganó al paso del tiempo”, escribe Nicolás Igarzabal en el texto introductorio de su nuevo libro, La Máquina de Hacer Pájaros. Charly, el rock progresivo y la dictadura, flamante lanzamiento de la editorial Gourmet Musical.
Desde 2015, cuando publicó Cemento, el semillero del rock, también por Gourmet, Igarzabal viene construyendo una notable obra revisionista de distintas épocas y escenas, contrbuyendo a la historiografía del rock argentino. A saber: Más o menos bien: el indie argentino en el rock post-Cromañón (2018), Grabado en Estudios Panda: Historias de una fábrica de hits (2021), La bomba musical: Los Brujos y la explosión del rock alternativo en los 90 (2022) y Catupecu Machu a kilómetros de hoy (2023).
“Hay una entrevista de aquella época donde Charly dice que recién con La Máquina sentía que le estaba haciendo un aporte real a la música popular argentina. Algo curioso si pensamos que con Sui Generis ya había apilado varios himnos juveniles para todos los fogones del mañana, como ‘Canción para mi muerte’ o ‘Rasguña las piedras’”, argumenta Igarzábal. Y se cuestiona: “¿Qué fue La Máquina de Hacer Pájaros entonces? ¿Una transición? ¿Una consecuencia del fanatismo de Charly por Genesis y Yes? ¿Un alarde de destreza? ¿Una respuesta a la arrogancia de Piazzolla? ¿Un corte definitivo con el folk adolescente de Sui Generis? ¿El soundtrack de sus amoríos con María Rosa Yorio y Zoca Pederneiras?¿Un refugio posible durante la dictadura? ¿Un trampolín hacia Serú?”. La respuesta no sólo está flotando en el aire, también en el texto: “Por empezar, sí: fue el grupo con el que hizo la música más elaborada. La extensión de las canciones son la mejor prueba, con muchos arreglos complejos y cambios de ritmo, el predominio de pasajes instrumentales, y la particularidad de contar con dos tecladistas, algo inusual en la Buenos Aires de 1976. Combinó magistralmente rock y música clásica, conectando con la veta sinfónica que venía de Inglaterra y le sumó smog porteño en un contexto de asfixiante represión social”.
Describe Igarzabal: “El 76 fue el año del debut de La Máquina, del estreno de la película Adiós Sui Generis y de la salida del disco de Porsuigieco, También el del casamiento con Yorio y embarazo de Migue, ¿Quién podría atravesar todos esos procesos y salir ileso?”.
En la única entrevista televisiva que se conoce de aquel año, García (veinticuatro años, desgarbado, anteojos gruesos, todavía sin bigote) mira a la cámara cohibido y declara que La Máquina hace ‘una música muy de acá, que tiene una proyección a futuro’. Y tan errado no estaba si con estos músicos sacó a la cancha algunas canciones que retomaría más adelante con Serú, y otras durante su posterior carrera solista, en los ochenta. En el medio también actualizó viejos temas de Sui, por lo que podemos imaginarnos a La Máquina como una mamushka con todas sus bandas dentro”. Para Igarzabal, contar la historia del tercer grupo de Charly es también la historia de la revista Expreso Imaginario (la publicación que los cubrió más de cerca, cuya historia también está muy bien narrado por Sebastián Benedetti y Martín E. Graziano en un libro también publicado por Gourmet Musical), los emblemáticos Estudios ION, donde produjeron sus dos discos, y la del Luna Park, el templo del boxeo, tan criticado siempre por su acústica, en el que se despidieron para siempre. “Pero el telón de fondo es la Argentina más sangrienta. La del Golpe de Estado y la tapa de Clarín con la frase ‘Total normalidad’”,aclara el autor. “La del slogan ‘Derechos y humanos’. La de los detenidos-desaparecidos y el ‘algo habrán hecho’. Charly lo retrataría, años más tarde, primero con ‘Los Dinosaurios’, y después con el famoso ‘Yo que crecí con Videla / yo que nací sin poder’ de ‘Demoliendo hoteles’. Había una supervivencia latente ahí: suya, de sus colegas, del público, de una generación entera. Esta es la biografía de la banda menos conocida que tuvo el músico más conocido del rock argentino, apoyada en el testimonio de sus integrantes, la gente que produjo sus shows y sus discos, los periodistas que los entrevistaron, y los fans que los vleron en vivo en distintas partes del país (de Burzaco a Carcarañá, de Córdoba a Miramar)”.