Desde un recambio gigante y un equipo todavía en formación pese a que ya transcurrieron varias semanas de competencia y preparación; a partir de la falta de apellidos de jerarquía para aportar soluciones desde la cuota individualidad; parado en los pocos goles que acumula (solo 2 en estos juegos) e incluso en que no logra imponerse a ninguno de sus rivales desde lo táctico, estratégico o físico.
La conclusión, desde donde se empiece, es inevitable después de la derrota ante Estudiantes por 1 a 0 en La Plata: Boca tiene menos que antes pero incluso con lo que tiene no logra ser un equipo confiable y constante, no aceita su funcionamiento y tiene niveles muy por debajo de su expectativa. Por eso la tabla le devuelve una imagen que es su realidad: cerca del fondo, todavía sin sumar de a tres, con el acceso a la próxima Libertadores comprometido y con un recorrido hasta diciembre que empieza a tener la Copa Argentina como su máximo objetivo.
Los primeros 45 minutos habían dejado una idea clara pero de ejecución con altibajos. Porque Boca mantuvo la pelota (en ese rato lo administró el 65 por ciento del tiempo) pero además adoptó una postura más ambiciosa. Con una presión elevada, con sus laterales parados en el campo rival pero con pocas apariciones cerca del área de Andújar, quien solo se revolcó una vez ante un remate cruzado de Pavón. Los de Russo parecieron ensayar un buen libreto, lo pusieron en funcionamiento pero se metieron en un laberinto que arrastra desde este semestre: la falta de un centrodelantero para tener como alternativa de pase una vez que reúne pases para llegar hasta el arquero rival.
Por eso la clave en esa primera mitad estuvo cuando Zielinski entendió que debía contener mucho más a los mediocampistas de Boca que a los laterales/extremos: no había riesgo en el área como para apurarse a buscarlos en lo ancho de la cancha y era mejor apretar las tuercas en el corazón del círculo central. Así, Ramírez dejó de poder romper líneas tan fácil y la pelota cayó mucho más en los pies de Pulpo y en Rolón; ambos imprecisos. Con eso, Sánchez Miño, Zuqui y Corcho Rodríguez batallaron mejor.
El cambio de Estudiantes en la segunda etapa mejoró al equipo. Estevez, mucho más movedizo que Apaolaza, empezó a aprovechar las facilidades de una mitad de la cancha visitante que dejó a sus espaldas demasiado espacio por ocupar. Por eso el juego, enmarañado, pasó de la tendencia azul y amarilla a una roja y blanca por una razón: Estudiantes identificó que su rival era inofensivo con la pelota en los pies y sumó confianza. Con Sánchez Miño filtrado en un callejón entre Zambrano y Advíncula pero también con la siempre temida pelota detenida a favor, los de La Plata torcieron la tendencia.
Las únicas buenas combinaciones ofensivas del segundo tiempo, vaya paradoja, las construyó Boca: una trepada de Advíncula por derecha que Ramírez tiró por encima del travesaño y un centro de Fabra que encontró un débil cabezazo de Vázquez, en el final. Pero así, entre un partido cortado, peleado, casi sin disparos a los arcos, llegó un tanto salvador para Estudiantes desde un firme cabezazo de Noguera (le ganó muy bien en el salto a Izquierdoz). Gol y una ventaja que cotizó mejor que una criptomoneda de PSG. Porque rompió un cerrojo que se intuía imposible para uno y otro.
Los manotazos que llegaron desde el banco de suplentes visitante tampoco se entendieron. Es que el DT de Boca, con el juego igualado, había evitado las modificaciones más allá de que su equipo había dado señales de necesitar refresco en la mitad de la cancha. Pero en ya desventaja tiró a la cancha a los pibes: Aarón Molinas, Vázquez y Obando. Nada cambió.
Entre infracciones para cortar el ritmo de Estudiantes y la falta de ideas de Boca para crear algo, el último cuarto del encuentro en La Plata se esfumó con certezas. Los de Zielinski pelearán cada juego con las armas que su DT trae en el CV desde siempre: sacrificio y orden. Y Boca solo luchará por tener un boleto en la Copa de 2022. Así diseñado, con falta de fuego y tan pocas piezas aún por probar, el gol y el triunfo se le transformaron en una utopía