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sábado, 26 de junio de 2021

Kosteki y Santillán: el crimen de Estado que cambió la historia y toca al Gobierno actual

Se cumplen 19 años de la masacre de Avellaneda, que obligó al presidente Eduardo Duhalde a anticipar su salida del gobierno y reconfiguró la relación de los movimientos piqueteros con el poder político.
El comisario inspector Alfredo Franchiotti está fuera de sí. Un hilo de sangre le mancha el cuello. Recibió un golpe en medio del tumulto del choque entre la multitud de piqueteros que intentan subir al puente Pueyrredón y los policías empeñados en evitarlo. 

Su chofer y ayudante, el cabo primero Alejandro Acosta lo insta a subir a su vehículo para llevarlo a atenderse al hospital cercano. Franchiotti se niega y le ordena (según declaró aquél en el juicio): “Vení, a estos negros de mierda hay que matarlos a todos”. Los dos portan escopetas calibre 12.70, con cartuchos letales.

Es el 26 de junio de 2002. Eduardo Duhalde, presidente desde hace cinco meses y diez días está en alerta. Las cifras de desocupación y pobreza son las más altas de la historia. 

Todas las vertientes del espacio piquetero decidieron cortar cinco accesos a la Capital (los puentes Pueyrredón, Alsina y de La Noria; el cruce de Rivadavia y la avenida General Paz, y la ruta Panamericana), en apoyo del reclamo de un millón de puestos de trabajo y la duplicación del salario mínimo y de los montos de los planes de asistencia.

Participarían por miles los militantes del Polo Obrero, el Movimiento de Trabajadores Desocupados Aníbal Verón, la agrupación Teresa Rodriguez, Barrios de Pie y el Movimiento Independiente de Jubilados y Desocupados, entre otras organizaciones, algunas de las cuales proponían llegar a la Plaza de Mayo. Se abstuvieron la Federación de Tierra y Vivienda (FdTV), de Luís D´Elía, y la Corriente Clasista y Combativa, liderada por Juan Carlos Alderete, que negociaban con Duhalde.

El gobierno satura de policías y fuerzas de seguridad (por primera vez actúan en forma conjunta la Policía Federal, la Prefectura Naval, la Gendarmería y la policía bonaerense) los lugares por donde espera a las columnas más numerosas, que son las provenientes del Oeste y el Sur del Gran Buenos Aires: la avenida Rivadavia en el cruce con general Paz, y el Puente Pueyrredón. En Liniers habría paz, en Avellaneda batalla. Palos y piedras contra gases y balas.

Planes y palos
Son las 12. Un cordón policial con personal uniformado y de civil queda entremedio de un grupo de la Coordinadora Aníbal Verón, que está justo en la bajada del puente y otro que llega marchando por la avenida Mitre. Piqueteros y fuerzas de seguridad quedan cara a cara, y pronto comienzan empujones y golpes, seguidos de disparos de balas de goma y granadas de gases lacrimógenos. Muchos de los manifestantes tienen las caras cubiertas y portan palos y objetos contundentes que utilizan en los enfrentamientos mientras llueven las piedras sobre los policías. Se produce un desbande.

La represión policial rechaza a las columnas piqueteras, que se repliegan desordenadamente por las avenidas Mitre e Hipólito Yrigoyen. Franchiotti ordena la persecución. Se siente legitimado por la posición asumida por el gobierno, que preparó con sus declaraciones previas el terreno para la “mano dura” planteando el “riesgo institucional” de la movilización.