Un día después de que se realizara el sorteo de la fase de grupos de la Champions, el mundo del fútbol desafió su capacidad de asombro por segunda vez en el mismo mercado de pases al ver que el Manchester United anunciaba el regreso de un estandarte como Cristiano Ronaldo.
Nadie lo supo cuando los papelitos se iban desplegando de cada bolilla, pero el sorteo, el fixture y el fútbol armaron el escenario para que el telón del torneo de clubes más importante del mundo lo abriera el hombre/máquina.
Y que ese reestreno con la camiseta roja en el certamen más seductor sea, de yapa, el número 177 del portugués para alcanzar a Iker Casillas como el jugador con más presencias en la Champions. Y que encima, en la primera pelota que tocó, saliera a festejar el gol inaugural del campeonato como para dejar su huella y marcar el terreno de arranque.
Las cifras son obscenas: el hombre que ya levantó cinco veces la Orejona, llegó a su gol 135 (máximo anotador del torneo) y acumula 17 ediciones consecutivas rompiendo redes.
Pero el fútbol también dejó un mensaje en esta primera jornada de Champions. No alcanza con apellidos. No siempre es suficiente con las pinceladas de los cracks. El golpe en Berna, el agónico y milagroso 2-1 de Young Boys es el primer ejemplo.
Deberá tomar nota el campeón Chelsea, que sigue aceitado e incluso mejoró su nivel con la incorporación de Lukaku, tendrá que saberlo el París Saint Germain de los Galácticos, que este miércoles tendrá la lupa encima cuando junte a Mbappé-Messi-Neymar, también el Real Madrid, el Bayern Múnich, el City y cualquier otro rival de peso. Manchester United, que rompió el cero rápido y parecía desfilar a un triunfo cómodo, mordió el polvo ante el que parecía ser el rival más accesible de esta fase.
Young Boys ganó cuatro veces el torneo suizo y por segunda vez juega la Champions: llegó al Grupo F (completan Villarreal y Atalanta) luego de tres victorias en las fases previas. Y su primera impresión fue gloriosa, con un triunfo que va directo a las mejores páginas de sus 123 años de historia.
Superado el miedo escénico inicial que incluyó el grito de Cristiano (asistencia fenomenal de Bruno Fernandes con cara externa y toque de primera del goleador) el local se empezó a animar y a generar peligro.
El escenario tuvo su quiebre determinante a los 35 minutos de la primera parte, ya con las acciones parejas, cuando el conjunto inglés quedó con 10 por la expulsión a Wan-Bissaka,por un pisotón a Christopher Martins. Inmediatamente, Solskjaer reaccionó e intentó acomodar las piezas, rearmó la línea de fondo con el ingreso de Dalot por Sancho, pero casi sufre el empate con un derechazo cruzado de Christian Fassnacht, de sobrepique, que salió besando el poste derecho de De Gea.
Hasta que en la última bola, el resultado se transformó en un castigo justificado para los ingleses. ¿Era necesario defenderse tanto? ¿Ameritaba el contexto resignar la posesión y ni siquiera apostar a un contragolpe en todo el segundo tiempo?
Jesse Lingard, que había entrado por CR7 cuando todavía faltaban 20 minutos, cometió un grosero error en la salida, quiso jugar atrás para su arquero y le sirvió el gol a Jordan Siebatcheu. El delantero se estiró, tocó ante la salida de desesperada de De Gea y desató la locura de los hinchas locales con el grito agónico en el cuarto minuto de descuento.
La historia recién arranca, es cierto. Pero el mensaje se emite en Berna y recorre al mundo. La Champions, ese torneo que todos quieren, no presenta los beneficios que muchas veces aparecen en los torneos locales. Por algo el Manchester tiene la espina clavada desde 2008, en aquel primer gran hito de la carrera de Cristiano Ronaldo, una máquina que sigue vigente pero no puede sola.
