En aquella oportunidad Macri eliminó el IVA también para el yogur, arroz, azúcar, pan lactal, polenta, conservas, harina, yerba, mate cocido, té y huevos.
El decreto de Macri regía hasta el último 1° de enero y Alberto Fernández decidió volver al 21%. Fue en silencio y buscando que el peso del impuesto no recayera sobre el precio final. Eso sí, dependiendo el lugar donde se comprara el sachet.
De esta manera las grandes superficies, a las que les regía el 21%, fueron compensadas por el gobierno y les resultaba indiferente: no modificaron el valor.
No fue así para los autoservicios, sin compensación del Estado. En este caso eran las mismas usinas lácteas las que les realizaban alguna bonificación para que no trasladaran el gravamen.
Tampoco se alteraron en este sector los precios porque una alta proporción opera en negro.
Por cierto en la excepcionalidad que impone la pandemia puede resultar extraño que la propuesta oficial, que aunque contemple aplicar la mitad del IVA, logre aprobación en las Cámaras.
En la noche del lunes, nadie se animaba a calcular cuánto significa en términos de recaudación ese 10,5% que arrimará unos cuantos millones a las arcas fiscales si se considera que el Estado deja de compensar y comienza a recaudar.
Un dato: la líder indiscutible en ese negocio, La Serenísima, despacha unos 3 millones de sachet de leche por día.
El proyecto de ley que ingresó al Congreso este fin de semana. Dice en su artículo 18 que se elimina la exención del IVA “la leche fluida o en polvo, entera o descremada sin aditivos”. Y en el artículo 19 se dispone que estos productos serán gravados con el 10,5%.
De esta manera iguala a los lácteos con la carne y el trigo y sus derivados que también tributan la mitad de la alícuota del IVA.