Hubo gritos, muchos gritos. Rabia en palabras y miradas, por lo visto contenida durante todos estos meses de aislamiento. Una rabia que por fin encontraba su cauce. Puteadas. Cánticos de “que se vayan todos”; arengas de “viva la Patria”. Una bandera de “Nunca más” flameaba entre la gente. Otra advertía que “nos gobiernan montoneros”. Cada discurso era muy particular. Unidos conformaban una ensalada. Los había de todos los órdenes. Políticos, médicos, religiosos. Era una suerte dar con algún argumento coherente, como el del trabajador que está cobrando la mitad, el comerciante que debió bajar las persianas o el jubilado al que no le alcanza. También había de estos.
La de la Plaza de la República, fue la cara porteña de una movilización convocada por productores y sectores de la oposición ante el anuncio de la expropiación de Vicentin. Se anunció que se extendería a 60 localidades del país y comenzó este sábado en Sinsacate, en el norte de Córdoba. En Santa Fe, donde la empresa tiene su casa matriz, se produjo la mayor convocatoria. En CABA hubo cacerolazos en algunos barrios, como Núñez, Recoleta y Belgrano, y también bocinazos. Alrededor del Obelisco se agolparon muchísimos autos con carteles y banderas -aquí sí más claramente en torno a Vicentin- y por momentos quedó cortada parcialmente la calle.
“La elite mundial que nos maneja es satánica. Está eliminando a la población. Esto es una guerra del mal contra el bien. Una guerra espiritual. Ocultan la cura del cáncer, la quimioterapia mata, financian el aborto. Crearon esta falsa pandemia y está matando a más gente quedarse en casa que el virus mismo”, contó un parapsicólogo que había hecho anotaciones con tiza en el piso, en torno a masonería y numerología. Sabía, de todas maneras, que el suyo no era el discurso hegemónico de la concentración. Porque la gente, equivocada, “cree que esto es político, pero es espiritual”.
Al lado de las anotaciones de Miguel, un joven artista había hecho un dibujo de un político –“podría ser cualquiera”- sentado en un inodoro, defecando sobre un mundo cubierto con la bandera nacional. Era una intervención participativa. Algún manifestante había escrito la leyenda: “Chavistas hijos de puta, Argentina será su tumba”.
Patria, libertad, república, división de poderes. Contra la inflación, el avance sobre la propiedad privada y la expropiación de Vicentin. Contra el comunismo, una supuesta dictadura, cualquier parecido con Venezuela. Una saña particular con Cristina Fernández: una mujer sostenía un cartel con una foto de la vicepresidenta y de fallecidos "cercanos" a ella, como “su marido que la maltrataba” o el fiscal Alberto Nisman. No eran pocos los que señalaban esto. Que todos los que están cerca de Cristina mueren. No aparecían alternativas en el apocalíptico discurso político. No era mencionado Mauricio Macri, quien por la tarde tuiteó la foto de una bandera.
Salvo en el encendido discurso de Graciela, de 65 años, que había llegado desde La Matanza. “Me moviliza cómo nos roban hablando pelotudeces y empiezan a expropiar a la gente. Macri fue lo mejor que tuvimos. No estos chorros sinvergüenzas. Tres meses hace que estamos metidos dentro de la casa. ¿Hasta cuándo piensa seguir el payaso este? Voy a salir todas las veces que tenga que salir. Soy santafecina, sé quién es Vicentin. ¿Vos creés que se suicidó el custodio de Cristina? Qué se va a suicidar… algo les hará está sucia. Todos los que están cerca de ella mueren. Ahora dentro de dos días va a salir este hijo de puta (Fernández) a decir que tiene covid, para hacerse la víctima. Así como se victimizó ella cuando se murió el chorro del marido.”
“Encubrimiento, vidas robadas” (con un retrato del papa Jorge Bergoglio), “Ciberpatrullaje es dictadura”, “Exigimos nuestros derechos, libertad ambulatoria”, “5G arma electromagnética genocida”, “Boludo, quedate en tu casa mientras ellos preparan tu horca; levantate y lucha”, “Falsa pandemia”, “No a la cárcel domiciliaria” eran algunos carteles. Había, aisladas, algunas fotos de Luis Espinoza y Florencia Morales. “Perón o Soros” decía una bandera que se extendía mientras el bloque de agrupaciones nacionalistas tocaba redoblantes y bombos.